Los gobiernos del G-20 han mantenido el consenso neoliberal tras la crisis financiera reactivando de hecho los paraísos fiscales o centros offshore, la banca en la sombra y la especulación financiera según se revela en mi libro El casino que nos gobierna, que en 2012 se ha publicado en España (2ª ed.) y en Argentina.
sábado, 26 de septiembre de 2009
LA CORTINA DE HUMO DE LA CUMBRE DE PITTSBURGH
(Publicado por el diario Público el 25 septiembre 2009 en página de Análisis y escrito varios días antes de la cumbre)
El pasado 4 septiembre, la prensa publicaba una carta abierta suscrita por siete (de los 27) ministros de finanzas de la UE, incluido el español, pidiendo a sus restantes colegas del G-20 que termine “la cultura de los bonus”. La carta argumenta la necesidad de una regulación para las remuneraciones variables de los directivos bancarios, aunque antes señala como causas de la crisis la titulización (la conversión de créditos bancarios en valores negociables) y el uso de instrumentos financieros excesivamente complejos.
Desde el comienzo de la crisis financiera hace más de dos años, los gobiernos se han mostrado incapaces de adoptar decisiones contra sus causas; y ahora nos quieren convencer de que la regulación de los bonus resolverá las deficiencias del sistema bancario. Y se intenta que este tema funcione mediáticamente ante los electorados como nueva cortina de humo que oculte la inoperancia de esta tercera cumbre en Pittsburgh, del mismo modo que el asunto de los paraísos fiscales encubrió el vacío de la anterior cumbre de abril, como se explica en el libro “Al rescate de los paraísos fiscales. La cortina de humo del G-20”.
Y lo mismo que sucedió con la segunda cumbre de Londres, esta vez se intenta ocultar ante los ciudadanos la falta de voluntad política y los desacuerdos sobre medidas más profundas que pudieran regular de verdad la “fabricación” de nuevos productos financieros, la llamada innovación financiera, y prevenir grandes riesgos bancarios incontrolados que al difundirse globalmente reparten por el mundo el coste de los fracasos de la banca global. Es decir, además de exigir mayores niveles de reservas de capital y de controlar la solvencia de los bancos con una supervisión rigurosa, los Estados tendrían que recuperar la autoridad perdida sobre la banca y las finanzas. Porque los gobiernos europeos por su parte pretenden disimular su incapacidad para superar una Unión que carece de gobierno económico, de supervisor bancario y de controles sobre los movimientos extracomunitarios de fondos.
Hay un falso afán de Europa y EEUU para culpabilizar de la provocación de la crisis a los abusos de unos cuantos, que hasta la fecha solo han recibido sanciones morales, cuando realmente el sistema en vigor les autorizaba y les sigue autorizando a todos los excesos. Es cierto que las retribuciones variables de los altos directivos o de los simples especuladores bancarios (traders), son un incentivo para operaciones arriesgadas dada la gran libertad de acción de que disponen; pero hay que subrayar que estas operaciones son posibles por la carencia de controles internacionales o de los Estados y de regulaciones coactivas que las impidan o limiten. Aunque luego los daños de sus fracasos financieros alcance a los últimos rincones del planeta.
Es un afán explicativo en boga que lo resume bien el libro Fool´s Gold de la especialista en mercados del Financial Times, Gillian Tett en su subtítulo “Cómo el atrevido sueño de una pequeña tribu en J.P.Morgan fue corrompido por Wall Street y desencadenó la catástrofe”; una presentación comercial que contradice el contenido que no es ficción. Nos relata cómo se produjo la invención de los derivados del crédito gracias al ingenio y a los modelos matemáticos de un grupo de brillantes jóvenes “traders” que empezaron su carrera profesional en uno de los pocos bancos de inversiones que han salido indemnes, el JP Morgan. Y mediante su labor de lobby lograron vía libre de las autoridades estadounidenses para los CDS (crédit default swaps) y demás productos opacos de tres letras, que comercializaron mediante entidades con nombres raros (SIV,SPV,conduits) domiciliadas en centros offshore, en los llamados paraísos fiscales, que les permitían efectuar las transacciones fuera de la contabilidad oficial del banco y, por tanto, fuera de la supervisión de los bancos centrales, como la Reserva Federal, burlando de este modo las normas internacionales sobre solvencia. Pretendían así ampliar el negocio financiero pero evitando que el banco sobrepasara legalmente su capacidad de endeudamiento con el exceso de operaciones de alto riesgo, infringiendo los acuerdos de Basilea; y al mismo tiempo, conseguían incrementar sus retribuciones personales porque hacían innecesarias las limitaciones a los “bonus” que JP Morgan había establecido como freno para ese aumento ilegal del riesgo.
Lejos de la eliminación de los megasueldos de los altos directivos bancarios anunciada en algunos titulares de prensa, lo cierto es que la reciente declaración sobre “el reforzamiento del sistema financiero” de los ministros del G-20 tras la reunión preparatoria, se limita a pedir que el Consejo de Estabilidad financiera presente propuestas para que los estándares globales sobre compensaciones y bonus “se alineen con la creación de valor a largo plazo (aumento del valor de las acciones del banco) y la estabilidad financiera”. Todo apunta, pues, a que con este asunto se está creando una nueva cortina de humo sobre Pittsburgh 2009, que esconde el consenso político de los gobiernos para mantener el paradigma neoliberal, pese a las evidencias acumuladas de que el sistema financiero global no funciona sin el dinero de los contribuyentes. Y una vez que se acuerden directrices para reforzar las reservas de capital de los bancos con limitaciones globales para los fondos destinados a bonus, está claro que el comunicado final de esta tercera cumbre permitirá un despliegue mediático que oculte su inoperancia, como sucedió con el tema de los paraísos fiscales tras la cumbre de Londres en abril.-